La Asociación Cooperativa Internacional, define cooperativa como: “una asociación autónoma de personas que se han unido voluntariamente para hacer frente a sus necesidades y aspiraciones económicas, sociales y culturales comunes, por medio de una empresa de propiedad conjunta y democráticamente controlada”¹. Por tanto, el cooperativismo, es considerado un movimiento social que se basa en valores y principios solidarios.

Uno de sus antecedentes, se remonta a fines del siglo XIX, cuando un grupo de trabajadores textiles de la ciudad de Rochdale, en Inglaterra, fueron despedidos por haber participado en una huelga². La consecuencia inmediata de este hecho, fue la fundación por parte de ellos, de la Rochdale Equitable Pioneers Society (1844), la primera cooperativa que distribuyó las ganancias entre sus socios. Bajo esta lógica, establecieron un listado de principios y normativas que orientaron sus labores. Estas primeras bases, son los fundamentos que conforman los siete principios cooperativos actuales.

La evidencia histórica demuestra que la formación de una cooperativa implica creer en un modelo económico solidario, en el que la igualdad y la equidad son llevadas a la práctica y no solo se mantienen en el discurso. Implica también, creer que podemos transformar y mejorar nuestra realidad si así lo deseamos, es decir, somos co - creadores de la misma. Humberto Maturana lo expresa así3: “Durante generaciones, hemos sentido que nuestros actos no impactan en el planeta, porque nos educaron así, negando la condición de ser partes de un todo. En estos días, ni siquiera nuestra profunda ceguera nos alcanza para ignorar que somos una trama, que lo que sucede en un lugar del mundo impacta en el otro extremo”.

Por cierto, es innegable la necesidad monetaria de un modelo de trabajo, pero la economía social nos muestra una forma empática de satisfacer las necesidades comunitarias provenientes de múltiples realidades, así como también, motiva a la comprensión de la primacía de lo humano por sobre el capital, por medio de una gestión democrática, participativa, inclusiva y colaborativa, ejercida por parte de sus socios y socias.

Es relevante poner estos temas sobre la mesa en los tiempos actuales, cuando el modelo económico predominante ha mostrado sus vulnerabilidades y carencias, especialmente ante escenarios de crisis, la más reciente de todas, la del Covid-19. Las estadísticas no reflejan una disminución significativa de la pobreza - y extrema pobreza-, sino que por el contrario, la vida actual se sostiene en base al endeudamiento y el pago en cuotas de bienes y servicios. Las grandes problemáticas de las familias, continúan siendo aquella vinculadas al sostenimiento de una calidad de vida digna, acceso a salud y educación de calidad y a la precarización del mundo laboral. Nos desenvolvemos en un mundo en el que la competencia se ha normalizado como forma de ascenso social. Como señala Maturana: “Por desgracia, en nuestro modelo capitalista se ha establecido la competencia como eje central de nuestras vidas en todas sus etapas: competimos para entrar a un colegio, a la universidad, a un puesto laboral…”.

En esta linea, autores como Robert Augros y George Stanciu (La nueva biología: descubriendo la sabiduría de la naturaleza), exponen que la norma en la naturaleza es precisamente la cooperación y no la competencia, lo que echa por tierra la popular idea de rivalizar, como rasgo inherente al ser humano.

Es por esto, que las alternativas sociales, son hoy una respuesta a quienes buscan vivir bajo un paradigma reflexivo y más empático con el entorno y esto por cierto, debe ser siempre una decisión consciente.

El cooperativismo es uno de los tantos caminos disponibles en la construcción de una sociedad mejor y hoy se esgrime con fuerza como una alternativa viable para un desenvolvimiento más justo y ameno en el mundo laboral, con más igualdad que sometimiento y que no olvida que cada ser humano está conformado por múltiples realidades, todas ellas, con posibilidad de convivir en armonía.

Notas al pie: